Mientras el autobús me mecía por entre los campos de arroz ya en espiga de Sollana mi mente se preguntaba: nuestros antepasados, ¿sufrían la crisis económica presente? ¿La especulación sobre el suelo y la saturación de la construcción? ¿El empobrecimiento de la agricultura les afectaba? ¿La falta de empleo obligaba a emigrar a sus jóvenes.
A estas preguntas tratamos de responder dirigiéndonos hacia una cueva prehistórica emblemática de Valencia, donde habitaba la familia Parpi, nombre derivado de la cueva en que habitaron como diminutivo de Los Parpalló..
La Cova del Parpalló, de la falda meridional del Montgó, es uno de los patrimonios arqueológicos fundamentales de Gandía y de la Comunidad Valenciana. Junto con el centro de interpretación de Tirig, en Castellón, el suyo de acogida constituye un medio inigualable de divulgación de nuestro patrimonio arqueológico.
Hacia allí nos dirigimos una treintena de guías oficiales de turismo (Apit) para conocer este interesante paisaje a un tiro de piedra de Valencia y en un precioso valle rodeados del Montduver y La Safor e intentar dar respuesta a estos interrogantes que se nos plantean.
El centro de visitantes posee una interesante aula didáctica que muestra el tipo de vida del homo sapiens sapiens que habitó estos parajes hace más de 20.000 años: piedras, armas de caza y sobre todo reproducción de las tablillas, pues es la cueva de arte mueble prehistórico de Europa. Las tablillas originales se hallan en el Museo Arqueológico de Valencia. La abundancia de restos de mamíferos y su silueta representada en tabletas nos sugiere que la ocupación de la población no experimentó tasa de desempleo y que se valoraban las artes plásticas como manera de potenciar las inquietudes artísticas por la población y quién sabe, quizá por las autoridades.
Tras ver el vídeo que narra el ambiente en que se desenvolvió la vida en un período de glaciación intensa, nos dirigimos al sendero local que accede al recinto de la cueva, vuelta a abrir hace solo un par de meses.
Al pie del sendero nos espera María, la historiadora que nos va enseñando los paneles explicativos que jalonan nuestro ascenso. María con talante pedagógico recomendable nos explica que hace 20.000 años el clima de la Tierra era más frío y el mar había retrocedido unos kilómetros de su nivel actual, por lo que estábamos ante llanuras costeras bien irrigadas junto a montañas habitadas por osos, renos, caballos salvajes y corzos, ¿quién nos diera que las habitara hoy en día algun conejo despistado o jabalí trapisonda. Lo cierto es que sus ejercicios eran lanzar flechas o piedras lo más lejos, atravesar un blanco y lo más perforar una fruta y no vivía el deporte bajo el imperio de la plutocracia o la necesidad de ser comprados por un multimillonario, como los clubs de nuestros días. Los bosques eran de tejos, arces y avellanos, con que se trabajaba la primitiva artesanía en la “era-antes-de-Ikea.. En sus proximidades destacan los restos prehistóricos de la Cueva de las Malladetes, tal vez la residencia de verano de la familia Parpi.
Cuando nos aproximamos a la Cueva nos comenta que existían numerosas fuentes naturales que manaban desde la montaña y los hombres que habitaban la zona eran parte de una gran familia o clan, con su hábitat en la Cova de Parpalló durante el más frío invierno y la de Mallaetes durante el caluroso verano, o sea que ya existía el tema de las dos residencias. Por cierto que el nombre de los Parpalló alude a un ave que durante la primavera anidaba en su interior.
En la cueva nos comenta las campañas arqueológicas realizadas en varios veranos por Lluís Pericot, arqueólogo de la universidad de Valencia, para la extracción de millares de tablillas. Según se desprende de estas excavaciones hoy se sabe que la parte este de la cueva sería utilizada para las tareas cotidianas mientras la occidental de rechazo de instrumentos deteriorados o de restos de animales consumidos. Lástima que no se conociera el arroz, pues si no, ya saben que plato prepararían con la caza. En el exterior posiblemente se hallarían cabañas o tiendas, los adosados de la época.
Vestían ropa de cuero y pieles, todo hecho en casa y no en China, y usaban objetos de ornamento, para sus fiestas o ceremonias o la presentación de sus hijas, como collares o pulseras hechos de conchas, caracoles, madera o hueso. Seguramente casaban a sus mozas con jóvenes de la cuevas vecinas a donde las trasladaban y admitían a las señoritas de buen ver en el clan familiar, incluyéndose historias de salsa rosa y “aqui-hay-tomate”. También realizaban alguna ceremonia de sepultura con ajuares, y se encontró un cráneo de una muchacha de unos quince años, que no pudo ni acabar la escuela, sin la incineración hoy de moda por la crisis.
Lo más sorprendente es la interpretación de las tablillas muebles que representan todo tipo de fauna y caza que se podía echar en el cocido prehistórico, además de señales onduladas y zigzagueantes, que tanto podrían representar el agua del Mediterráneo como ensayos de dibujos de deberes del maestro al tierno infante. Su sentido es un misterio, ¿rituales propiciatorios o pactos con las divinidades seculares que habitaban las selvas? La cantidad de tablillas partidas por la mitad, procedimiento que interpretan los actuales eruditos como algo voluntario, lleva a pensar en una especie de pacto entre nuestros Parpi y la divinidad, en la que cada uno se llevaba una o la mejor parte. Nosotros conocemos otros pactos entre miembros de los partidos o incluso los tripartitos.
Regresamos convencidos de que la familia Parpi, la entrevistada, nos había ilustrado sobre un modo de vida más ajustado al terreno y sin las migraciones que obligan a los jóvenes de hoy en día a recorrer toda Europa para encontrar aposento, familia y trabajo.
Tomamos algunas instantáneas de nuestro equipo gráfico, que os ponemos a continuacón
Jvicente Niclós
Apit Valencia
Itineris